Viernes, 12 del mediodía. El volumen elevado de la Capital de Buenos Aires. El largo pasillo que lleva a hacer combinación con la línea C del subterráneo, repleto de personas aceleradas. Entre las idas y venidas, una señora parada justo en el medio del pasillo, su expresión muy desorientada y sus brazos extendidos a ambos lados suplicantes, esquivados por la mayoría. Mas adelante, a un costado, una jovencita tocando compenetrada con su violín unas melodías de música clásica. A sus pies el estuche abierto con varios billetes y unas pocas monedas.
Cuando voy dejando atrás la música, escucho a una señora detrás mío que le dice a otra a su lado: ”Me hace acordar a Titanic…”. Enseguida me transporté a esa escena de la famosa película a la que seguramente aludía la señora. Los músicos tocando bellas melodías en sus violines, violonchelos, contrabajo, mientras cientos de personas desesperadas corrían y gritaban horrorizadas, sabiendo que el inevitable final se acercaba.
Y al recordar que no sólo era una escena de una popular película sino que esos músicos realmente decidieron seguir tocando en esa circunstancia extrema, percibí en mi interior esta afirmación: La música tiene que sonar en el medio del CAOS! A medida que seguía pensando en esto, esta frase se me volvía cada vez más como un mandato, como si Dios nos comisionara de forma muy seria a aquellos que hacemos música, ¡“La música debe sonar en el caos que viene!”. Pero no me refiero a aquella música que remite a los oyentes a nosotros mismos, aquella que hacemos sólo como un trabajo que nos sale en medio de la crisis económica, o aquella que nace de un esfuerzo por hacer la “buena acción del día” en ciertos lugares carenciados, o incluso en tu iglesia solo por ocupar un lugar en el ministerio.
Me refiero más bien a aquella asignación particular que Dios tiene con tu música, y esos lugares a donde el Espíritu quiere llevarte a hacer sonar el sonido original que puso en vos. Quizás sea en lugares inhóspitos, en ciudades a las que nadie quiere ir, en templos desolados, en tu barrio, en lugares de entretenimiento, ¿quién sabe? Sólo al escuchar Su voz lo sabrás. Sólo al permanecer consagrando tu música a quien te la dio, tus sonidos brillarán. El caos aumentará, y sólo los que estén ocupados en hacer sonar la música del cielo en lugar de estar corriendo por conseguir su propio bote salvavidas, dejarán un legado eterno.
Wallace Henry Hartley, violinista inglés y líder de la banda que tocó aquella noche en el Titanic, era también director coral en la iglesia metodista de la cual era parte. Falleció aquel trágico 15 de abril de 1912, a los 33 años de edad. No conocemos los motivos por los cuales decidió seguir tocando aún sabiendo que el hundimiento era inminente, pero conocemos de su fe en Cristo y tenemos, aún un siglo después, un mensaje profético que nos inspira.
La música, aquella que nace de tu conexión íntima con el Salvador, ¡tiene que sonar en medio del caos!
Débora Trapani. Febrero, 2019