¡Adorar no es cantar!

“¿Cómo no lo vi antes? ¡Adorar no es cantar, adorar es obediencia! No es un evento; es la naturaleza del Hijo de Dios, es para lo que fuimos creados”.

¡Adorar no es cantar!

La verdad de Dios y su obra es tan indescifrablemente maravillosa, que nos revela el hecho de que no fuimos creados solo para pensar en ello, sino también para vibrar, para sentirlo en cada célula de nuestra existencia como es debido. La revelación de Cristo en la forma en que el Padre se propuso mostrar, reuniendo todas las cosas en Él, como el todo en todos, nos permite comprender que el Padre no tiene nada para ofrecer fuera de su Hijo, ya que todo nos lo dio en Él. Pensar y sentir verdaderamente a la manera de Dios es sentir una profunda e intensa emoción de acuerdo a una realidad que supera todo lo imaginado.

Cuando Cristo es revelado en su Palabra, todo se acomoda en nuestro espíritu y mente para ver con claridad y simpleza ese misterio que solo es revelado a los santos. Recuerdo como si fuera hoy el día en que, tratando de alimentarme del pasaje de Juan 4 donde Jesús habla con la mujer samaritana, salté de sorpresa diciendo: “¿Cómo no lo vi antes? ¡Adorar no es cantar, adorar es obediencia! No es un evento; es la naturaleza del Hijo de Dios, es para lo que fuimos creados”.

En ese pasaje Jesús le dice a la mujer en el pozo: “El problema de ustedes los samaritanos no es que están adorando en la montaña equivocada, el problema de ustedes es que no conocen a quien dicen adorar. La hora viene, y es ahora mismo, porque Yo soy el que hace posible la adoración. El mismo que está en el cielo, está frente a vos dándote testimonio de esto. Si mi vida es conformada en ustedes, entonces va a ser el pueblo que mi Padre busca, un pueblo de adoradores en espíritu y en verdad”.

Ese día pude ver más claramente cómo ese Jesús que era la encarnación de la Palabra y de la voluntad del Padre, era precisamente todo lo que se necesita para adorarlo. Adorar no es cantar. Es obediencia, es Cristo en mí, es la conformación a la imagen de su Hijo en mi persona. Y esa vida en el espíritu que adora y se eleva como perfume a su trono, produce un fruto de labios que confiesan su nombre, que expresan sus maravillas y nuestro inagotable asombro.

La belleza de Dios es tan dominante y práctica como su propia gloria. Su belleza es tan inabarcable que no existe el idioma humano que pueda expresarlo. Esto nos deja ver que las palabras merecen – en un intento de elevar su belleza–ser conducidas por una melodía musical a la cercanía de su trono. Esto en una profunda analogía con esa armonía que se produce cuando todos sus hijos — alineados a una sola voluntad divina — ensamblan una melodía de obediencia al Padre, que es lo que adora verdaderamente a Dios. 

Reunir todas las cosas, todos los instrumentos a una sola melodía, a una sola voluntad. Nada ocurre de otra manera en el propósito eterno de Dios para nuestras vidas. Es así que la manera en que Dios se glorifica no es solo cuando su gloria es conocida, sino también cuando se convierte en nuestro deleite; nada le agrada más a Dios que sabernos satisfechos en Él. La razón por la que cantamos es porque hay verdades tan altas que no pueden ser expresadas con simples formas prosaicas, sino que nos exigen saltar a la poesía, y otras que la poesía sea elevada en la canción.

En este libro, por la gracia de Dios revelada a sus santos con tiempo de eternidad, vas a encontrar una clara expresión y una guía en este arte de la adoración que se expresa tanto en la tierra como en el cielo.


Fabián Liendo.

Prólogo del libro "Músicos con Tiempo de Eternidad", Débora Trapani. Ed. Enjoy (2017)

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